Después de nuestra mini-guía de árboles, nos pareció que los pájaros se merecían su propia nota. ¿O acaso creyeron que los únicos pajaritos que viven en la ciudad son las palomas y los gorriones? En los parques y espacios verdes habitan muchísimas especies autóctonas e incluso versiones locales. Si prestan un poco de atención no les resultará difícil identificarlas y las fotos de la redacción, que encontrarán a continuación, les facilitará el trabajo. Así que abran bien los ojos y diríjanse rumbo a los Bosques de Palermo, a los parques Centenario, Rivadavia, Saavedra y otros pulmones verdes de la ciudad!
1. Alegre chingolo, el gorrión con grillo (Zonotrichia capensis)
En realidad, este pajarito considerado erróneamente como una especie de gorrión, si bien presenta semejanzas con el gorrión europeo (passer domesticus), en realidad no forma parte de la misma familia. En Sudamérica es muy común y se lo conoce como alegre chingolo, con su característico collar color canela en la nuca, rayas negras en la cabeza y un pequeño jopo. Este pájaro “punk” de Buenos Aires es más difícil de ver si lo comparamos con su primo francés, introducido en la capital en el siglo XIX y bastante más visto en la zona urbana. Sin embargo si están en una zona arbolada, alcen la vista y seguramente reconocerán algún chingolo gracias al color anaranjado en su cuellito, su pequeña cresta.
2. Paloma Picazuro, paloma nuestra (Patagioenas picazuro)
La Paloma Picazuro, por su lado, sí pertenece a la misma familia de la paloma europea (columba livia), aunque esta especie columbiforme se encuentra exclusivamente en Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Bolivia. Para algunos el origen de su nombre proviene del guaraní y significa “paloma amarga”. Es mucho más discreta que la paloma doméstica, y se puede observar fácilmente en cualquier espacio verde, parque y lugares con árboles. Su tamaño es un poco más grande que su pariente europeo y su plumaje es más oscuro, predomina el tono amarronado con destellos metalizados en las alas y cuello.
3. Colibrí, el más rápido y alegre (Chlorostilbon aureoventris)
Y sí, no lo vamos a ocultar, nuestro preferido es el colibrí. Para el viajero es realmente un encanto. ¿Quién no se enamora de este pequeñín de 9 cm, de colores intensos y brillantes en tonos de verde y azul? En Argentina lo llamamos picaflor, y es el ave americana por excelencia: existen entre 330 y 340 especies y en Argentina podemos apreciar 28 de ellas. La más conocida es el colibrí esmeralda todo un espectáculo en miniatura que sobrevuela algunos jardines de Buenos Aires. Deberán armarse de paciencia y esperar con los ojos bien abiertos. Un discreto “triit triit” y suave zumbido de abeja será la señal que indica su presencia. Sus largas alas se mueven muy rápido y se alimenta del néctar de las flores más coloridas, siendo las rojas de cáliz profundo sus preferidas. Se los puede ver entre las flores por la mañana o por la tarde en primavera y verano.
4. Hornero, el más trabajador de todos (Furnarius rufus)
¡Ni más ni menos que el ave nacional de Argentina! Y también presente en Uruguay, Brasil, Paraguay y Bolivia. Es uno de los componentes infaltables del paisaje urbano (y rural), y seguramente habrán oído su canto tan característico, que a veces entonan a dúo entre el macho y la hembra. Durante el período de reproducción, estos cantos sirven para que la pareja se comunique, ya que son monógamos. Entre abril y junio, la parejita feliz construye en conjunto el nido con barro y ramitas. Es una construcción maciza que puede llegar a pesar hasta 5 kg, y que se parece mucho a un horno de barro: es por eso que se lo llama así a este gran constructor. A pesar de su solidez, los horneros colorados construyen un nuevo nido todos los años.
5. Zorzal, el cantante empedernido (Turdus rufiventris)
Le gusta ser el primero, por eso si escuchan bien, es el pájaro que canta al alba en primavera, incluso en plena ciudad. Es el cantante matutino. Se hace referencia a sus notas musicales como melodiosas y repetitivas, por eso el que se ganó el nombre de “zorzal criollo” fue ni más ni menos que Carlos Gardel. Esta especie logró adaptarse muy bien al ambiente urbano, mide unos 22 centímetros y su plumaje en el vientre es de color bermejo mientras que su dorso es pardo grisáceo. Es omnívoro y se alimenta tanto de insectos, lombrices, caracoles como de granos por lo que resulta un aliado para esparcir las semillas de las plantas que consume.
6. Benteveo, el enmascarado con boina (Pitangus sulphuratus)
También llamado “tyran quiquivi”, está presente en todo el continente americano desde el sur de Texas hasta Argentina. Su canto, que consta de dos o tres sílabas, es el origen de su nombre y varía según la región, lo que explica la variedad de nombres comunes que tiene. No se puede confundir: un pecho y un vientre amarillo, la espalda y las alas de color gris oscuro, una banda negra a nivel del ojo. Se trata de un ave muy común que se puede ver tanto en la ciudad como en el campo, aunque no en el bosque. Forma parte de la vida cotidiana, hasta el punto en que muchas leyendas y creencias están asociadas con él. En Misiones, por ejemplo, se dice que es la reencarnación de una anciana tirana.
7. Calandria, imitador de alto vuelo (Mimus saturninus)
La calandria es de color marrón grisáceo, con el pecho más claro que el resto del cuerpo y una larga cola. La mayor parte del tiempo se la pasa a nivel del suelo, en busca de insectos y frutos para comer. Sus dotes como cantante son increíbles: se caracteriza por imitar con increíble precisión el sonido de otras especies de pájaros, incluyendo el silbido humano. Por ese motivo, en Francia lo llaman “burlón pesado” (moqueur plombé), un verdadero mimo pero de los sonidos.
8. Tordo Renegrido, el invasor (Molothrus bonariensis)
De unos veinte centímetros, los tordos se caracterizan por su plumaje negro brillante con reflejos tornasolados. Las hembras son de color marrón, y pasan más desapercibidas. En algunas regiones, estos pájaros mantienen un vínculo especial con el ganado, paseándose parados sobre sus lomos. Por eso en francés se lo conoce como el “vaquero brillante” (vacher luisant). Como el cucú, pone sus huevos en el nido de otras especies y les dejan a los invadidos la responsabilidad de alimentar y criar a sus pichones. Se registraron centenares de especies que fueron parasitadas por este pajarito, entre otras el hornero y el alegre chingolo.
Fotos: Aude Labadie
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