Todo empezó con un ‘pedacito’ de terreno sin ningún tipo de mejoras que Bridget y Duncan heredaron como consecuencia de la división, entre todos los nietos, de la finca familiar llamada ‘Maori’, donde habían vivido durante más de tres décadas. La finca original fue adquirida en 1916 por el abuelo de Duncan, Alejandro A. Cameron, quien puso ese nombre a la casa como homenaje a los habitantes de Nueva Zelanda, su país de origen.
Pusieron a esa parte de la finca heredada el nombre de “Grigadale”, que significa “Valle de Erica” (Calluna vulgaris), planta típica de los highlands de Escocia y que es considerada uno de los símbolos del país. ¿Por qué Escocia? Porque allí emigró la familia Camerón alrededor de 1860. El abuelo, Alejandro Duncan, a su vez, emigró desde Nueva Zelanda hasta la Patagonia argentina en 1892, donde trabajó durante 22 años.
En el año 1991 decidieron crear un parque, que diseñaron con la ayuda de sus tíos, John y Doreen Blackburn. El tamaño inicial fue 4 hectáreas y reprodujeron buena parte de la plantación del jardín ‘Maori’ (tenían un buen “banco” y llegaron a plantar del orden de 30 ejemplares al día) al que iban incorporando ideas sugeridas por el nuevo entorno y las circunstancias de la vida. Fue un reto, pero hasta de la pequeña depresión natural supieron crear un espejo de agua que se integró mágicamente al jardín.
Se comenta en un artículo publicado en 2005 en la revista Jardín, que Bridget, gran apasionada de la jardinería, tuvo como primeros maestros a los jardineros de la finca ‘Maori’ y que “supo observarlos cuidadosamente, prestando atención a esas manos prácticas y expertas que recorrían los parques diariamente”. Pero observaba también a su suegra, de quien tomó prestados 20 libros y que despertó su interés por trabajar la tierra y descubrir el encanto de colocar las especies según la altura y los colores.
Bridget Cameron | revista El Jardin 2005 |
En Grigadale, Bridget puso énfasis en la plantación de arbustos y especies perennes sobre las anuales. Su objetivo era encontrar opciones de bajo mantenimiento y su finalidad clara: que el jardín luciera las cuatro estaciones del año y para ello se esmeró, introduciendo especies nuevas encontradas en sus viajes o que intercambiaba con amigos de otros países.
El jardín contiene una gran variedad de especies, integradas en una estructura en forma de media luna que resulta espectacular. Encontramos aromáticas de gran interés durante todo el año, setos cortavientos, numerosos arbustos, rosales y un jardín acuático. En el invernáculo octogonal, Bridget reproducía especies y desarrollaba todas sus experiencias jardineras.
Pero la plantación arbórea es uno de los platos fuertes de Grigadale, que cuenta con una de las colecciones de robles más completa de Argentina. En la web del jardín comentan que la pasión de Duncan por el género Quercus comenzó cuando Bridget le regaló 5 especies de robles poco comunes que adquirió en una visita a Chelsea Flower Show de Londres. Su colección llegó a contar con más de 120 taxones. En la actualidad, es su hijo Roderick quien mantenie la colección y continua adquiriendo nuevas plantas y semillas.
Tras la muerte de Bridget y Duncan en 2008, la próxima generación ha hecho de Grigadale un centro de interés de horticultura y arboricultura. Allí organizan visitas guiadas y diferentes talleres. La casa, a su vez, está preparada para alojar a los participantes de esos y otros eventos que se celebran allí. Supongo que cuando alguien ha puesto tanto empeño en crear un lugar con ese encanto, la visita tiene que ser, inevitablemente, mágica y pasear por el jardín un privilegio. Aprender y descubrir allí, por supuesto, todo un lujo. Nos vemos en un rincón de Argentina.
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